10 de septiembre de 2010

Apología de la juventud nicolaita

Nota: Este pequeño artículo fue escrito en el año 2006 para una revista estudiantil, cuando estaba a punto de dejar mi casa de estudios, mi Facultad de Derecho. Sirva la reflexión a generaciones futuras de nicolaitas: únicamente se valora lo que se conoce. ¡Viva la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo!
“Pero no pudimos reinventar la historia,
mascaba la muerte chicle en el Vietnam,
pisaban los tanques las flores de Praga
en México lindo tiraban a dar.”
Joaquín Sabina (fragmento de “1968”)

Un día como otros, seis quince de la mañana, tomé una ducha previa a dirigirme a la Facultad de Derecho, desayunaba y encendí el televisor. De pronto, el titular del diario matutino soltó una bomba: “la juventud se ha vuelto indolente –decía-, se ha cegado en intereses banales y ya no le importa la sociedad en que vive”. No le tomé interés: tenía prisa por la hora. Tomé mis libros y salí hacia la Facultad.

Horas después la frase aún retumbaba en mi mente: ¡juventud indolente! y tuve un instante de duda ¿en realidad lo somos? ¿Acaso la rutina hace que olvidemos nuestro humanismo? -pensé-. No. Había que encontrar los argumentos. Quizá para mí ya no era hora, a mis veintitrés años se podía hablar de juventud profesional, no así estudiantil. Mas quedaba el recuerdo de cuando fui bachiller en el Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo.

Corría el año de 1998. México enfrentaba una crisis económica, derivada del “error de diciembre” de 1994: el gobierno de Zedillo había sobrevaluado la moneda ocasionando la perdida de confianza de inversionistas extranjeros con la consecuente salida de capitales del país. Estados Unidos salvó la economía haciendo un “amable” préstamo, de esos que implican incalculables réditos; por ello, México entró en recesión.

En el mismo año, la desigualdad social se hizo sentir con el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Liderados por el Sub-comandante Marcos, centenares de chiapanecos exigían el reparto equitativo de tierra y riqueza, además de denunciar la condición de extrema pobreza de miles de campesinos e indígenas en todo el país.

En el aspecto internacional México firmaba el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con lo que se acabarían aranceles de importación de productos mexicanos, estadounidenses y canadienses en la región de América del Norte. La competencia económica se volvía frontal entre estos países.

Vivíamos en estos rezagos contextuales. Y nunca nos imaginamos que durante nuestro bachillerato (1998-2001) coincidiéramos con un parteaguas de la historia de México: el nacimiento de la democracia mexicana. Lo cierto es que nunca fuimos “indolentes”. Todo lo contrario, estuvimos atentos a lo que pasaba en la sociedad. Con mis compañeros de generación nos manifestamos en contra del TLCAN. El sentido común nos prevenía las desventajas de competir con los países más desarrollados de América –aún los políticos expresan deseos de renegociar el TLCAN, pero reza el aforismo jurídico latino pacta sunt servanda, o sea los pactos son para cumplirse—. También apoyamos las protestas legítimas de los indígenas que militaban en el EZLN: nos hicimos presentes en varios de sus mítines y exigimos la igualdad de hecho para todos ellos. Las etnias habían sido discriminadas por el gobierno de México, también por la sociedad de las grandes ciudades, además de encontrarse marginados del ámbito gubernamental y cultural nacional. Con los acuerdos de San Andrés consiguieron la reforma constitucional del artículo segundo y la creación de leyes de protección indígena –la solución no era ésta, porque más que integrar a los grupos indígenas en la sociedad mexicana, los excluía formándoles pequeños gobiernos autónomos con nulo apoyo económico gubernamental; Juárez propuso, en el siglo XIX, crear leyes indígenas igualitarias, no proteccionistas, para lograr la integración—. Observamos la caída del Partido de la Revolución Institucional (PRI) o como la llamara Mario Vargas Llosa: “la dictadura perfecta” en el mítico año 2000. Se veía venir desde 1988, el año del presunto fraude que llevó al poder a Carlos Salinas, olvidando el voto popular a favor de Cuauhtémoc Cárdenas. Nos manifestamos a favor del pluralismo político. En pro de que se escuchen todas las voces de México, que son vastas y disímiles y tienen diversos matices. Defendimos el honor del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, frente a preparatorias privadas en un concurso de conocimientos generales en el marco del CDLX aniversario de la fundación de Morelia, con el apoyo de mis queridos amigos Jorge Rentería, Oscar Sánchez y Alberto Rangel, bachilleres destacados, dimos lustre a la educación pública. Guardamos respeto y admiración sincera por la noble labor de las “Casas del Estudiante” nicolaítas, las cuales eran menospreciadas e injuriadas debido a que grupos de poder corrompían las mentes de algunos moradores; a pesar de su mal ganada reputación, existía y aún existe gente capaz con honestas convicciones humanistas; hay que recordar que incluso en los pantanos germinan hermosas flores.

Es lo que recuerdo de mi paso por el Colegio. Como ven nunca hubo desidia, ni indolencia, mucho menos apatía. Gracias a la inspiración que nos infundían nuestros maestros Rogelio Leal, Salvador Mora, Jorge Medina, Ignacio Tejeda, Agustín Andaya, Salvador Garibay, Felipe Montaño, Audelino, Cumanda, entre otros más que nos hacían sentir orgullo de ser nicolaítas y pertenecer a tan sacro recinto. Así existen cientos de historias pues nuestro plantel siempre ha bebido renovación y revolución de la fuente de juventud creadora de sus hijos.

Recordemos que la juventud nicolaíta –clérigos españoles y p’urhépechas principales instruidos— del siglo XVI y XVII, bajó la dirección de don Vasco de Quiroga, estudió arduamente la lengua tarasca en el Colegio de San Nicolás Obispo para recorrer estoicamente el obispado de Michoacán y enseñar a los naturales la doctrina cristiana y la cultura europea.

En 1766, con doce años de edad, ingresó al Colegio uno de los hijos predilectos del nicolaicismo: don Miguel Hidalgo y Costilla; que otra cosa sino su juventud provocó su ánimo para el estudio, su graduación de Bachiller en Teología y Filosofía, y su presencia como Tesorero y Rector (1787-1792) del Colegio. Él, junto con sus hermanos nicolaítas José Ma. Morelos, Miguel Domínguez (corregidor de Querétaro), Mariano Timoteo de Escandón y Llera (superintendente del Colegio), Ignacio López Rayón, José Sixto Verduzco, José María Izazaga, Mariano Balleza, José María Chico, Antonio María Uraga, Francisco Argándar, entre otros, ofrendaron su sangre y aliento para lograr la independencia nacional.

Cabe mencionar la entrega incondicional de los jóvenes nicolaítas, del reabierto y secularizado Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, en la lucha por la defensa de la patria en 1847. El gobernador de Michoacán, don Melchor Ocampo, enmarcado por el acto de reapertura del Colegio –17 de enero de 1847— exhortó a la sociedad michoacana a luchar contra la invasión norteamericana: “Hijos somos de nuestras propias obras. Pelead tenazmente y venceréis”. Fue tal el cariño y respeto que los jóvenes nicolaítas profesaban a don Melchor, que varios de ellos se enlistaron al Batallón Matamoros a cargo de Santos Degollado para entregar su vida por la soberanía de la nación. Ese cariño fue correspondido por Ocampo pues en las postrimerías de su vida decidió donar su biblioteca y su corazón a los hijos del Colegio (el corazón de Melchor Ocampo se encuentra aún en el Colegio de San Nicolás en una una aula dedicada a su memoria).

No podríamos olvidar a la Sociedad Literaria “Melchor Ocampo Manzo”. Grupo juvenil que editó la revista mordaz “Flor de Loto” –el 10 de junio de 1909 se publicó el 1er número—, la cuál disfrazaba con figuras literarias, protestas políticas y crítica social. La conformaban ilustres jóvenes nicolaítas: Francisco R. Romero, Felipe Calderón, Cayetano Andrade, J. Isaac Arriaga –asesinado brutalmente en 1921—, Cayetano Andrade, Ignacio Chávez y Samuel Ramos.

Asimismo, son memorables las fuertes protestas de nicolaítas por la actitud represiva del gobierno de Michoacán. En la fiesta de cumpleaños del gobernador Aristeo Mercado, jóvenes nicolaítas apedrearon el evento. Entre ellos estaban Pascual Ortíz Rubio –futuro fundador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo—, Enrique Anaya, Manuel Padilla, Otilio Silva, Fausto Acevedo, Onésimo López Couto, entre otros. Tampoco podemos olvidar la dura crítica, que, el joven estudiante nicolaíta Rafael Reyes emprendió en contra de los gobiernos dictatoriales de Porfirio Díaz y Aristeo Mercado, en el acto cívico de independencia del 14 de septiembre de 1899, realizado en el Teatro Ocampo.

En los años sesentas del siglo XX, los jóvenes nicolaítas tuvieron que defender sus ideas socialistas frente al gobierno de Agustín Arriaga Rivera. Éste siguió la política federal en contra de los rojos que eran identificados en las Universidades de Michoacán, Guadalajara, Nuevo León y Puebla. Elí de Gortarí, rector universitario, fue presionado y al fin destituido. El Congreso del Estado reformó la Ley Orgánica Universitaria el 14 de marzo 1963 e impuso como rector interino al Lic. Alberto Bremauntz. La comunidad nicolaíta reaccionó tomando el Colegio de San Nicolás y defendiéndolo con palos, piedras y bombas molotov, frente a los soldados armados. El 15 de marzo, la milicia se apoderó del Colegio. En el enfrentamiento falleció el joven nicolaíta Manuel Oropeza García y fueron detenidos Juan Brom, José L. Barcácel, Ricardo Ferré D’Amoré, Carlos Félix Lugo, José Herrera Peña, Efrén Capiz y Víctor Rafael Estrada. EL 2 de octubre de 1966, en protesta por el alza de precios de transporte público, el nicolaíta Everardo Rodríguez Orbe falleció a manos del ejército. La comunidad nicolaíta exigió el castigo a los asesinos y la destitución del gobernador Arriaga. La respuesta fue el allanamiento, por parte del Ejército, del Colegio de San Nicolás el 8 de octubre de 1966. Fue la mayor ignominia que en el siglo pasado recibió el Colegio (muchos de nuestros maestros presenciaron estos actos).

Si nos atreviéramos a pensar que la juventud es indolente, echaríamos por tierra todos los ejemplos de vida que hemos leído. No, la juventud es creadora porque hay grandes ilusiones en esta etapa de la vida. Comerse el mundo parece tan fácil... No existe la malicia y se ve al prójimo como verdadero hermano. Me niego a creer la opinión del periodista matutino. Su amargura le robó la juventud. Las mocedades de mi generación han pasado, he hablado por ellos. A las nuevas generaciones corresponde mantener vivas las antorchas de humanismo y ciencia que insignes soportan el nombre de nuestra Universidad, iluminando eternamente el escudo de armas de nuestro padre don Vasco de Quiroga: “Dados a la armonía, bajo la sombra de nuestra religión y unidos fraternalmente hacia la luz, del humanismo y la ciencia, en la paz y la victoria”. Veamos que dicen las generaciones futuras...

MAN

Patio pricipal del Colegio de San Nicolás, en Morelia, Michoacán.

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